"Cuentan los indios lakota que cuando Wakan Tanka hubo
dispuesto las seis direcciones (el Este, el Sur, el Oeste, el Norte, arriba y
abajo), quedaba todavía por fijar la séptima. Wakan Tanka sabía que esa última
dirección –la de la sabiduría- sería la más poderosa, y quería situarla donde
no fuera fácil dar con ella. Por ello eligió un lugar en el que no suelen
pensar los seres humanos: el corazón de cada uno. Desde entonces ésa es la
dirección de la sabiduría.

Para ayudar al desarrollo interior de los niños será necesario el
cultivo de aquellas capacidades que permiten recorrer los caminos de la
sabiduría y
que tienen por objetivo favorecer aquella “séptima dirección” –la de la
sabiduría- que según cuenta la tradición del pueblo lakota, apunta hacia el
interior del ser humano.
Es la séptima dirección, la que nos permite ser, en verdad, seres
humanos. Una dirección –en cierto modo– escondida, una dirección que hay que
encontrar...
Y, para encontrar, hay que buscar. Una búsqueda que –en
este entorno– significa desarrollar o alimentar lo que le da solidez,
consistencia; y también todo aquello que pueda facilitar el desplazamiento del
centro. Buscar es hacer posible que la séptima dirección se convierta en el eje
del existir.
Ir en pos de la séptima dirección es cultivar la capacidad
de atención sostenida, de observación, de escucha, de silenciamiento: la
atención que nos permitirá engendrar el interés por lo que existe, por sí
mismo, distinta de aquella otra que ayuda a detectar lo que pueda satisfacer
unas necesidades... Es hacer lo posible por ver y transmitir que la realidad no
es un escenario plano, inerte, domesticado: es espolear la interrogación, la
capacidad de maravilla. Es huir de las respuestas cerradas, de las etiquetas
fáciles, de las recetas.
Buscar la séptima dirección es mirar porque la vida se lo merece.
Escuchar por que sí, porque vale la pena, jugar, amar... una larga lista que,
al fin y al cabo, no es otra cosa que optar por "vivir porque merece la
pena”. O lo que es lo mismo: hacerle un hueco a la gratuidad de corazón, de
mente y de acción. Es dejar fluir aquella corriente interior que, nacida en las
profundidades del existir, desemboca en el reconocimiento y en el
agradecimiento.
Buscar la séptima dirección es, también, favorecer la
autonomía personal. Que las decisiones se apoyen, cada vez más, en la certeza
interior, en el sabor de verdad, en la reflexión compartida e individual. Es
valorar la fortaleza, los intentos y el ánimo de reto más que la perfección de
unos resultados. Es transmitir que el verdadero éxito reside en la constancia:
revisar, modificar, insistir... Al mismo tiempo, es aprender a reconocer la
grandeza de la pulga. Porque somos pulgas. Y mi grandeza, la de cada uno, no
proviene del papel de primeros actores en el centro del escenario, sino de
aquello que trasciende cualquiera de esos papeles...
Ir en pos de la séptima dirección es también desarrollar
las herramientas que nos harán capaces de saborear el legado de sabiduría de
tantas y tantas generaciones. Es decir, familiarizarnos con el lenguaje
simbólico, el lenguaje de la poesía y de la búsqueda espiritual, el lenguaje
del arte y de la música...: hacer nuestros todos aquellos lenguajes que no
tienen por finalidad describir cómo funcionan las cosas, sino abrir caminos
para poder indagar sobre su valor.
Porque la séptima dirección es precisamente eso: aquella
orientación que nos permite darnos cuenta del valor de todo lo que existe y,
haciéndolo, genera reconocimiento, gratitud, produce ese movimiento interior
que ensancha los corazones y transforma las miradas. Es, en verdad, la
dirección de la sabiduría".
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Crispín Megino Rillo
618 74 29 69 crispin.megino@gmail.com
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